Las promesas lanzadas a toda voz han sido silenciadas y, en lugar de ello, se intenta en un tono sosegado explicar la miseria continua.
El 25 de enero la Coalición de Izquierda Radical (Syriza) ganó las elecciones. Un día después, su líder Tsipras juró el cargo y al día siguiente presentó al nuevo gobierno. Pero tuvo que buscar un socio de coalición, ya que le faltaban dos votos para contar con mayoría absoluta en el Parlamento. Se aliaron con los populistas de derecha del partido Griegos Independientes. Tsipras quería liberar a sus conciudadanos del "yugo" de la troika de acreedores, impulsar el crecimiento y combatir el desempleo.
Pero 100 días después, el ambiente que se respira en Atenas está enrarecido. Las negociaciones sobre una solución al problema financiero del país han entrado en una suerte de círculo. "Y el círculo se asemeja a una soga que se va estrechando cada vez más sobre el cuello del país", señalaba un diplomático en Atenas de un país que no es miembro de la Unión Europea. Las arcas están vacías, nadie invierte y miles de negocios han cerrado. Los hospitales están al borde del colapso y faltan medicamentos. Además, el desempleo sigue siendo elevado.
Y eso que Tsipras había prometido mucho y cosas muy grandes. Dijo que Grecia no necesitaba más dinero y que iba a convencer a los acreedores de que les pagaría tras introducir algunas reformas. Sin embargo ha sucedido todo lo contrario.
Los acreedores le hicieron saber que sólo le darán el dinero ya comprometido si pone en marcha las reformas. Desde entonces Atenas presenta una y otra vez una lista de reformas que los acreedores vienen a rechazar en casi todos sus puntos por considerarla insuficiente.
En el drama que vive Tsipras, el ministro "estrella" de Finanzas Yanis Varoufakis interpreta un papel destacado. Su lema es la "falta de claridad productiva", como él denominó su política. Se trata -según explicó el ministro- de una política financiera que se asemeja al póker, en la que Atenas y los acreedores se tiran un farol (blofean). Gana el que más nervios de acero tiene.
Pero eso no gustó en el Eurogrupo y Varoufakis tan sólo consiguió confusión, ya que los acreedores no sabían qué era válido y qué no. Hubo una ruptura y una disputa pública ante las cámaras con el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, y posteriormente también con el Eurogrupo. "Siempre perdemos 18 a 1" (en referencia a los 18 miembros del Eurogrupo que votaban contra Grecia), se lamentaba la oposición griega.
Tsipras fracasó además con el intento de forjar una suerte de alianza de naciones del Sur contra el programa de austeridad dictado por Bruelas. Portugal y España no quisieron saber nada del tema, mientras que el primer ministro de Italia, Matteo Renzi, le recibió amablemente y tras darle un par de palmaditas en la espalda le aconsejó acatar las reglas.
Entre tanto, la situación de la liquidez en el país empeoró. Para cumplir con sus obligaciones y poder pagar los salarios de los funcionarios, el gobierno ha tenido que arañar de todas partes. Hasta la caja de pensiones y las empresas públicas han tenido que dejar dinero al Estado.
Los analistas en Atenas especulan sobre quién realmente tiene la culpa. Tsipras escucha demasiado a su partido - una colorida mezcolanza de socialistas, excomunistas, maoistas, trostkistas y otros integrantes de la izquierda. Ahora tiene que actuar y entender que es primer ministro de un país y no sólo el líder de un partido, señalaban casi todos los diarios tradiciones en Atenas este fin de semana con motivo de los cien días de gobierno. No tiene que decir a los griegos lo que quieren escuchar, sino lo que tienen que escuchar. Es decir: Grecia colapsará pronto sin nuevas medidas de ahorro, sin un saneamiento del sistema de pensiones.
¿Y que es lo que hace Tsipras? Algo parece moverse: Ha arrinconado a su ministro de Finanzas Varoufakis y ha dejado en manos del experto en finanzas Eukleides Tsakalotos las negociaciones con los acreedores. Lo único que es seguro es que a Grecia no le queda mucho más tiempo.