Pero los expertos de 195 países reunidos durante una semana en Berlín también advirtieron de forma inequívoca: el plazo es perentorio.
El panorama será negro si el mundo no abandona las energías fósiles en favor de fuentes de bajas emisiones en el término de los próximos 15 años. El aumento de las temperaturas podrá convertirse en uno de los mayores problemas de las generaciones futuras.
¿De nuevo la misma cantinela de que no hay tiempo que perder? Un vistazo a las caras de los ambientalistas que siguieron de cerca la maratonianas sesiones causa sorpresa. Los ojos les brillan pese al cansancio acumulado de la última reunión que se prolongó hasta las seis de la mañana.
"Ha habido un cambio", destaca Karsten Smid de la organización Greenpeace. Si el mundo toma en serio estas recomendaciones, nos estamos asomando al siglo de las energías verdes, se entusiasma.
El optimismo de Smid contrasta con las estadísticas. Según los cálculos del IPCC, la humanidad nunca lanzó al aire tantos gases de efecto invernadero como entre los años 2000 y 2010. La transición energética hacia las renovables en Alemania parece nimia en el gran mapa del mundo. Los mayores desafíos están principalmente en Asia, en las potentes economías emergentes.
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Se considera que el cambio climático ya no podrá ser controlado si las temperaturas superan los dos grados con respecto a los niveles de antes de la industrialización. Los océanos cargados de agua de deshielo inundarán islas y costas. Las tormentas y las sequías costarán vidas humanas y mucho dinero que faltará en las arcas de los países.
La novedad del reporte del IPCC, el tercero de tres documentos que conforma el quinto informe sobre cambio climático, es que pone el foco en la economía. Y en uno de sus principales motores, la generación de energía.
Una transición rápida del carbón, el gas y el petróleo a las fuentes de baja emisión costará sólo una fracción ínfima del crecimiento económico, arrojan los cálculos del IPCC que pueden servir de base a los políticos en la toma de decisiones en las cumbres de Lima, en diciembre, y en París, en 2015.
Las inversiones para la reconversión energética reducirían el crecimiento económico en tan solo 0.06 puntos porcentuales al año. "Eso quiere decir, por ejemplo, que una economía crecería un 1.94 por ciento en lugar de un 2.0 por ciento", explica Ottmar Edenhofer, copresidente del grupo encargado de elaborar el informe y economista jefe del Instituto de Investigación de los Efectos del Clima de Potsdam.
Oliver Geden es experto en clima en la fundación alemana Ciencia y Política. No cree que los argumentos sobre los bajos costes convenzan a los políticos. En las negociaciones sobre el cambio climático, cada Estado piensa en su situación y podría verse como ganador o perdedor de la transición energética y actuar en consecuencia, también en contra de las recomendaciones de los científicos, analiza.
Además, los grupos de presión se organizan en los distintos países e influyen sobre los políticos, recuerda Geden. "La política es un sistema complejo".
Geden critica el hecho de que el informe recomiende reducir las emisiones en 40 a 70 por ciento hasta mediados de siglo, pero por primera vez omita especificar cómo se repartirán las cargas entre los distintos países. La fórmula establecida en el informe anterior de "80 a 95 por ciento para los países industrializados" fue tachada, se queja.
Las proyecciones del IPCC hasta el año 2029 muestran algunos aspectos positivos. El panel calcula que hasta entonces habrá 20 por ciento menos de inversiones en combustibles fósiles que en 2010 y el doble en energías de bajas emisiones. Pero tampoco será un paraíso energético, porque la cifra incluye otras plantas de baja emisión como las nucleares.
Los ambientalistas hacen otros cálculos. Consideran que las tecnologías de energía eólica y solar están bien desarrolladas y son asequibles, lo que las convierte en una alternativa inmediata para países más pobres.