Mandela, un político con el atractivo de una estrella del pop

Mandela, un político con el atractivo de una estrella del pop

Charlize Theron estaba aterrorizada. La actriz ganadora de un Oscar había hecho otra espectacular actuación, pero el tiro le salió por culata. Durante una gala benéfica en San Francisco en 2009, donde besó a otra mujer durante 20 segundos, la estrella de Hollywood subastó un encuentro con Nelson Mandela como parte de unas lujosas vacaciones en su hermosa Sudáfrica natal.

El problema era que no había consultado a Mandela si él tenía tiempo para el encuentro, y cuando resultó que finalmente el ex presidente no podía, Theron se vio obligada a retirar la propuesta.

Este contratiempo ilustra sin embargo el alcance de Mandela como icono hasta el punto de subastar un encuentro con él en una gala benéfica.

Aunque no deja de resultar en cierto modo cínico que la gente esté dispuesta a pagar importantes cantidades de dinero para estar con una persona que representa el sacrificio personal.

Años después de anunciar su segundo intento de retirada en 2004 -el primero fue cuando dimitió de la presidencia en 1999 - la puerta de Mandela seguía cercada por una cola interminable de visitantes de alto rango: desde el artista de hip-hop estadounidense 50 cent hasta la primera dama francesa Carla Bruni Sarkozy, todos esperaban su "momento Mandela".

Y aunque ese tipo de visitas se conceden normalmente a cambio de cuantiosas donaciones a las organizaciones caritativas de Mandela, dedicadas a los niños o a los enfermos de sida, algunos las consideran ofensivas.

"Los ex presidentes y otros políticos idiotas y egocéntricos, estrellas en ciernes o modelos, músicos de moral cuestionable y poco intelecto, la hueca jet set internacional te tratan como un osito de peluche exótico sobre el que babear", escribió el poeta sudafricano Breyten Breytenbach en una mordaz carta abierta a Mandela en 2009.

"Mandela es ahora una fundación corporativa. Se le empuja a reunir el dinero globalmente y él está contento haciéndolo", citó la periodista Nadira Naipaul a su ex mujer Winnie Madikizela-Mandela en una conversación en su casa de Soweto aquel año. Madikizela-Mandela se negó después a conceder una entrevista formal a Naipaul, pero no negó la primera conversación.

Y es que no cabe duda que a Mandela gusta la farándula. Tras su largo aislamiento en la prisión de Robben Island, parece disfrutar la compañía de las estrellas, particularmente de mujeres hermosas. "Son mis heroínas (...) Éste es uno de los momentos más grandes de mi vida", se entusiasmó tas ver a las integrantes de la banda británica Spice Girls en 1997. Igual hizo cuando vio a Whitney Houston: "Estoy a sus pies", dijo entusiasmado.

Irónicamente, en el momento de su salida de prisión, la estrella de Mandela había dejado pequeñas al resto.

Y es que el carismático Mandela atraía audiencias con que muchas estrellas del pop ni siquiera se atreverían a soñar. Cuando viajó a Londres dos meses después de su liberación para agradecer a los británicos su apoyo a la campaña Free Mandela, unas 75,000 personas acudieron a escuchar su discurso en un concierto en el estado de Wembley.

Y durante su primera visita a Estados Unidos, también en 1990, cientos de miles de personas llenaron las calles de Nueva York a su paso.

Su encarcelación durante casi tres décadas y su disposición casi sobrehumana al perdón convirtieron a Mandela en "la buena figurita de nuestra generación", apuntó años después el escritor sudafricano Bongani Madondo.

"Cínicos políticos se enjuagan las lágrimas en presencia de Mandela, al verlo quizá como un santo secular que hace parecer noble a su propia profesión", anotó su biógrafo Anthony Sampson. Pero al mismo tiempo, Mandela parece poco afectado por el alboroto y sigue siendo asombrosamente humilde.

Su hija Zindzi recuerda cómo en aquella visita a Estados Unidos, Mandela estaba muy preocupado por una mujer que lloraba, pues nunca había sospechado que su simple presencia pudiera desatar tantas emociones.

Al contrario que muchos líderes de su generación, no quería desarrollar un culto a su personalidad. "No soy un ángel", diría a todos los que le escuchaban. "Muchos de mis colegas están muy por encima de mí en todos los aspectos".

También le encantaba hacer bromas de su propia imagen y contaba por ejemplo como dos mujeres sudafricanas blancas le pidieron un autógrafo para luego preguntarle: "¿Por cierto, cuál es su nombre?"

Pero también tenía instinto para el simbolismo: al vestir un jersey de rugby en la final del mundial que jugaron Sudáfrica y Nueva Zelanda en 1995 hizo que miles de afrikaners blancos corearan su nombre: "¡Nelson, Nelson, Nelson!".

Y su gradual desaparición de la vida pública sólo hizo aumentar el mito Mandela.

Equipos de deportes sudafricanos seguían acudiendo a verle en las vísperas de un importante partido con la esperanza de que su magia pueda impregnarlos como hizo con el equipo de rugby en 1995.

Y en todo el país la gente seguía interpretando el "Madiba shuffle", su estilo pausado de dos pasos de baile que se hizo conocido en los mítines de su partido, el Congreso Nacional Africano.

Además, cada año se cerraba con una serie de souvenirs de Mandela, desde cubre almohadas hasta portavasos o libros de cómic. "Hay una divinidad en él que nos hace a todos los demás sentirnos un poco mejor de ser humanos", dijo de él su amigo y compañero Desmont Tutu, el arzobispo galardonado con el Premio Nobel de la Paz. "Decir: 'Estoy orgulloso de ser humano porque hay alguien como Nelson Mandela".

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