Más adelante, en 1880, llegó otro cargamento. Esta vez eran las bicicletas llamadas de tipo “ordinario”, cuya rueda anterior era muy grande. Y una década después arribaron nuevos modelos: “Tenían ambas ruedas de la misma dimensión y llenas de aire. Se les llamaba seguras porque a diferencia de las “ordinarias”, donde los ciclistas a menudo caían de cabeza, las “seguras” disminuyeron mucho el número de accidentes. A partir de estos nuevos modelos se desató un boom en su uso y empezaron a brotar clubes de ciclismo por todo el país”, comenta De la Garza Arregui.
Al paso del tiempo los mexicanos se acostumbraron a la cotidianeidad de este invento proveniente de Europa, Estados Unidos y China, que en aquellas tierras recibió el nombre de celerífero.
Se calcula que para 1896 existían 800 bicicletas rodando por la Ciudad de México mismas que, según los historiadores, eran un medio de transporte accesible sólo para personas adineradas; sin embargo, con el paso de los años México se convertiría en una potencia fabricante de bicicletas, lo que ayudó a su democratización y a su uso entre los diferentes estratos sociales.
Inicialmente se formaron clubes ciclistas como el Cycling Union Club, que, integrado por distinguido elementos de la aristocracia porfiriana, organizaba carreras en el Paseo de la Reforma y excursiones a pueblos aledaños de la capital, como Cuernavaca y Amecameca.
Poco a poco se fue convirtiendo en un medio de transporte popular y así llegaron los robos, accidentes, accidentes con vehículos y peatones, que obligaron al entonces gobernador de la Ciudad de México, Pedro Rincón Gallardo (1891 y 1893-1896), a reglamentar el uso de las bicicletas, permitiendo su tránsito por todas las calles con la condición de que los conductores llevaran una campana y una linterna por las noches. Además, tenían prohibido circular por las aceras, a alta velocidad y en grupos que excedieran de tres, según documenta el texto de De la Garza Arregui.
Ante los ataques que sufrían los privilegiados ciclistas (asaltos, insultos y molestias), el propio gobernador Rincón Gallardo ordenó a la policía otorgarles protección y arrestar a quienes los agredieran.
Hacia la década de los años 40 del siglo XX, se incrementó la producción de bicicletas en México y fue más común observarlas como un medio de transporte para la clase obrera, que utilizaba a la bicicleta como un medio para repartir leche, pan, pollos en las vecindades del centro histórico, o a través del cual ofrecían el servicio de entrega de correspondencia o pulque entre los vecinos de poblados remotos como Iztacalco o Tlalpan, o incluso repartir periódicos.
En esos años se fundaron varias empresas fabricantes de bicicletas, casi todas familiares, no sólo en la Ciudad de México, sino también en estados como Jalisco y San Luis Potosí. Así, se consolidaron productores de grandes volúmenes de este medio de trasporte.
En 1952 llegó a Guadalajara el italiano Giacintto Benotto, quien inicialmente dirigió la fábrica Cóndor –una de las primeras productoras de bicis mexicanas–, para luego constituir su propia empresa manufacturera de este medio de transporte que crearía distintos modelos y tamaños de rodada. Fue así como surgieron modelos como “Saeta”, “Águila Plateada” o “la exótica Vagabundo”.
La industria bicicletera nacional vivió un auge de la década de los años 50 hasta los años 80 del siglo pasado, cuando la entrada del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá afectó a la industria nacional ante el ingreso de bicicletas extranjeras.
Pasarían dos o tres décadas para que la industria nacional de bicicletas recuperara su relevancia. A partir de 2007 su uso se ha incrementado como una opción ante los problemas de movilidad y ante la necesidad usar trasportes de bajo o nulo consumo de carbono.
En 2007 se realizaban 107,000 viajes diariamente en la Ciudad de México, de acuerdo con datos de la Encuesta Origen-Destino, levantada por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEGI) en ese año. Para 2017 se realizaron 240 mil viajes en bicicleta cotidianamente, lo que representa un incremento de 124 por ciento en el número de viajes.
Las autoridades capitalinas han alentado el crecimiento de esta forma de movilidad desde hace varios años con la introducción de Ecobici, el programa de bicicletas públicas más grande de América Latina, así como con la implantación de ciclotones dominicales, rodadas nocturnas, entre otras actividades.
En los últimos años las nuevas plataformas tecnológicas han permitido la llegada a la Ciudad de México de programas privados de bicicletas sin anclaje que operan a partir de una aplicación.
Asimismo, ingresaron al mercado mexicano modelos nuevos de este medio de transporte como triciclos, bicis para transportar mascotas, tándem, lowriders, pacific cruisers, entre otras, que añadieron además de la transportación, un toque personalizado a la bicicleta.