Con el magno escenario del edificio de mármol del Capitolio y entre sus sucesores Barack Obama, George W. Bush y William Clinton, Trump será el cuadragésimo quinto presidente de la historia de Estados Unidos, pero también el más impopular al momento de asumir el poder.
Aunque perdió el voto popular por alrededor de tres millones frente a Hillary Clinton, Trump llega al poder proclamando un mandato para desmantelar el legado político y legislativo de Obama, incluida la ley de salud, las acciones migratorias e iniciativas diplomáticas.
“Yo sólo espero que cumpla todo lo que prometió”, dijo a Notimex Arielle, una joven estadunidense de 23 años que acudió a la toma de posesión enfundada en una gorra roja con la leyenda en letras blancas: “Hagamos grande a Estados Unidos otra vez”.
Idolatrado por un electorado anglo de escasa educación formal, y tildado como un “peligro” para Estados Unidos y para el mundo por la otra mitad del país, el empresario septuagenario llega a la Casa Blanca con el reto de unificar al país.
Más de 60 legisladores demócratas boicotearon su toma de posesión, ninguno de los miembros de su gabinete ha sido confirmado, miles de personas se manifestaron en las calles, con la meta de crear un “movimiento de resistencia” a la presidencia de Trump.
“Yo puedo arreglarlo solo”, proclamó Trump en su coronación oficial en la Convención Nacional Republicana de Cleveland, a la que convirtió en islote de hombres blancos y mujeres rubias, entre un océano demográfico cada vez más diverso racial y étnicamente.
Su gabinete no refleja sin embargo la realidad demográfica de Estados Unidos. Sólo incluyó a un afroestadunidense y a una asiática, y a ningún latino, por primera vez desde la presidencia de Ronald Reagan. Su equipo ha sido descrito como un club de multimillonarios.
Aunque tuvo el beneficio de confrontar en la recta final de las elecciones a una de las candidatas presidenciales demócratas más impopulares de la historia moderna, su capacidad de movilizar a millones de votantes blancos tuvo raíces más profundas.
Fue Hillary Clinton quien aseguró que hasta la mitad de los seguidores de Trump pertenecían a una “canasta de deplorables”, integrada por un grupo disímbolo de sexistas, racistas, homófobos y xenófobos.
Son los mismos votantes blancos que Obama despreció en 2008 como esas personas “amargas, que se apegan a sus armas y a la religión, o que son antipáticos a quienes no son como ellos o tienen un sentimiento antiinmigrante o anti libre comercio para explicar sus frustraciones”.
Con su ataque inicial contra los inmigrantes mexicanos, su propuesta de alzar un muro en la frontera y crear una fuerza de deportación, Trump dio voz así a quienes perciben a los inmigrantes no europeos como una amenaza a su identidad cultural y seguridad económica.
Pero no todos los seguidores de Trump caen necesariamente en la etiqueta de deplorables, toda vez que han explicado su apoyo a Trump porque lo perciben como una solución a sus problemas, a pesar de su temperamento, su misoginia y su volatilidad.
Muchos de sus partidarios fueron votantes blancos proletarios que se sienten manipulados por las élites republicanas y demócratas de Washington o emprendedores recelosos con los centros del poder económico y cultural en el noreste y oeste del país.
Para ellos, Trump articuló una visión que los votantes conservadores perfilaban desde el ascenso del Partido del Té en 2009: La idea de que la élite de Washington había traicionado los principios de un gobierno eficaz, abocado a defender al país y crear empleos.
“Vamos a drenar el pantano”, sentenció Trump en una de las frases más populares de su campaña, en un clara metáfora de su intención de erradicar los intereses creados entre la clase empresarial y política de Estados Unidos.
Sin embargo, los demócratas han subrayado la paradoja que representa haber integrado un gabinete de empresarios exitosos, cuyas empresas han canalizado cientos de millones de dólares para cabildear al gobierno federal.
Pero gracias a su fama pública como un líder ejecutivo, gracias al popular programa “El Aprendiz”, y su imagen como empresario exitoso e ícono visible de la marca Trump, hicieron que millones lo vieran como el “independiente” con la vitamina necesaria para cambiar el “estatus quo”.
Con su decisión de renegociar el Tratado de Libre Comercio (TLCAN), Trump conectó con los trabajadores del medio oeste industrial, el llamado “Rust Belt” (Cinturón de Óxido) que han perdido sus empleos manufactureros o su sentido de seguridad económica.
Fueron los mismos estados, como Pensilvania, Michigan y Ohio, que al final le dieron la victoria en el decisivo Colegio Electoral.
“Escogieron al tipo que es el ‘outsider', al que da una explicación, errónea, no convincente, desde mi punto de vista, y la gente estaba hambrienta de eso (...) Donald Trump tuvo una historia simple y satisfactoria”, dijo Clinton a The New Yorker.
Por José López Zamorano.