En este diferendo se debe considerar la rivalidad como potencia regional. Por años se han disputado la hegemonía de la fuente de energía más valiosa del mundo, que representa más del 70 por ciento de las reservas probadas de petróleo, y el segundo yacimiento de gas más importante (sólo detrás del ruso).
Arabia Saudita es una monarquía: no elige a sus líderes y es gobernada por una familia con más de 15 mil miembros. Por su parte, Irán es república islámica. Sin descartar tintes religiosos, los árabes son sunitas y los persas chiitas, manifestaciones que han convivido por siglos.
La nación saudí, junto con Bahréin, promueve y defiende la presencia de Estados Unidos en el Golfo Pérsico; mientras, los iraníes favorecen alianza fundamental con Rusia y en parte con China.
El motivo de la pugna es maniobrar a diferentes niveles las políticas de explotación del petróleo en el Golfo y hacerse del control y tener dominio militar, particularmente en el estrecho de Ormuz, punto de salida del petróleo al sureste asiático, Océano Índico y otras partes del orbe.
“Quien controla la zona tiene injerencia en el precio de hidrocarburos a nivel internacional. El principal punto de disputa entre ambas naciones es el poder político en la región y la obtención de la supremacía como potencia en Medio Oriente, que da mayor capacidad de acción en conflictos suscitados en Siria, Yemen y el árabe-israelí”, planteó el catedrático.
Pugna histórica
Garduño García hizo hincapié en cuanto a la pugna histórica en la región, desde la creación de la república islámica en 1979, dos años después de la llegada de Jomeini al poder. Así se creó el Consejo de Cooperación del Golfo, integrado por la mayoría de naciones de la península arábica, excepto Yemen, para contener el modelo político de Irán.
Este conflicto tiene entre sus episodios más representativos la guerra Irán-Irak y la invasión a Kuwait. Arabia Saudita e Irán han mantenido discrepancias todo ese tiempo, aunque esto se remonta a otros más.
Parte de las consecuencias de la ruptura de relaciones diplomáticas, señaló el entrevistado, es que Sudán y Bahréin se adhirieron a la nación saudí y secundaron sus decisiones al romper relaciones con Irán.
“De acuerdo con reacciones en Europa y Naciones Unidas, primero está la condena a lo hecho por Arabia Saudita: la ejecución del clérigo chiita Nimr Baqir al Nimr, un luchador social”, puntualizó el profesor de la FCPyS.
Ante esto hubo reacciones de Irán, primero con la toma de embajadas que derivó en la ruptura de relaciones diplomáticas con la nación mencionada, y el surgimiento de discursos radicales en ambos países.
Irán celebrará elecciones en febrero para renovar el Consejo de Guardianes, entre cuyas responsabilidades está seleccionar al líder supremo y sustituir a Alí Jamenei.
En ambos casos, conjuntos de ala dura tratarán de aprovechar la situación para influir en adversarios políticos, así como en grupos reformistas y moderados, y magnificar los errores de ese tipo de políticas.
“Espero que el gobierno de Irán, encabezado por el presidente Hassan Rouhani, haga un discurso poco más conciliador y explique lo sucedido en la embajada saudí en Irán”, concluyó Garduño García.