El vehículo, fabricado a mano en una serie reducida y que de momento sólo se venderá en los emiratos, no sólo está entre los coches más lujosos del mundo, sino que con un diseño original, una parrilla monstruosa, un capó largo y techo plano sobre cuatro puertas cortas, la exótica limusina de cuatro puertas y fibra de carbono podría estar frente a los hoteles de siete estrellas del Golfo.
Todo esto es algo tradicional y conocido para el Lagonda. Dentro de la compañía fundada en 1900 por Wilbur Gunn y asumida en los años 50' por Aston Martin, el modelo se convirtió en el "enfant terrible" de Inglaterra. Cuando el último Lagonda fue presentado en el Salón del Automóvil de Londres en 1976, el vehículo de cuatro puertas parecía un ovni por sus formas agudas y angulosas, una novedad incluso en relación con los modelos barrocos de Rolls-Royce, Bentley o Jaguar de la época. Por no hablar de las proporciones inusuales y los faros abatibles.
La forma tenía poco que ver con la funcionalidad: los enormes sillones de cuero en la parte delantera son muy estrechos y el fondo de la limusina de 5.30 metros de largo resulta ridícula y no se puede ventilar. El peinado de los ocupantes choca con el techo, de apenas 1.30 metros de altura, y en el maletero no caben más de dos bolsas de viaje y el paraguas, imprescindible en Inglaterra.
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El lenguaje formal era tan futurista como la idea del Lagonda, puesto que en una época en la que los teléfonos eran de rueda, en el cockpit muchas de sus funciones se activaban por sensores táctiles. En lugar de los instrumentos circulares, había dispositivos digitales y más tarde, incluso monitores. Y el coche hablaba al piloto mucho antes de la llegada de Siri y compañía: al apretar un botón, las informaciones importantes eran leídas por una voz informática en cuatro idiomas.
Cuando se agarra el volante futurista, uno se siente como en una nave espacial. Pero aunque el Lagonda parece de otro planeta, su motor es bastante terrenal: un ocho cilindros con 5.3 litros y 300 caballos. Sin embargo, suficiente como para que sus ocupantes se sintieran como en un cohete, ya que alcanzaba los 230 km/h de velocidad máxima, un récord para la época. También era uno de los más caros, por encima del Rolls-Royce Silver Spirit y de la Clase S de Mercedes.
El diseño peculiar y el precio exclusivo no son los únicos paralelismos entre el Lagonda de 1976 y el de 2015. También la situación económica del fabricante es comparable, ya que cuando Aston Martin presentó en 1976 el modelo, la firma estaba cerca de la quiebra y tenía que mantenerse a flote con lo que recaudara la limusina más cara del momento. Tampoco ahora la marca británica de deportivos está en una situación pujante desde su entrada en la familia Ford.
Las plataformas de construcción ya están anticuadas, los motores agotados y la electrónica en retroceso. Por ello, Aston Martin necesita con urgencia un empujón que sólo puede conseguir la marca británica. Según la portavoz Tina Brenner, se apuesta a una asociación con AMG, firma de Mercedes, porque aún se necesitarán dos o tres años hasta que la evolución se plasme en nuevos modelos. El Lagonda llega justo a tiempo. La marca quiere convertirlo en imagen global.
Hasta que el nuevo modelo se venda más allá de los Emiratos o en caso de que no se disponga de tanto dinero, se puede buscar un viejo Lagonda en los portales de vehículos usados, ya que, aunque la producción se paró a los dos años del estreno y a que hasta 1990 sólo se fabricaron 645 ejemplares, muchos han sobrevivido y están a la venta.
Aunque muchos coleccionistas se quejan de problemas en la anticuada electrónica, los precios son bajos no sólo en comparación con el número de ejemplares y el estatus, sino también en comparación con el nuevo modelo: mientras que la versión de 2015 costará al menos 615,000 dólares, la variante clásica de casi 40 años cuesta menos de una décima parte.