Usaban chamarras de cuero, botas, pantalones de mezclilla y adoptaron el peinado y la actitud retadora de Marlon Brando en la película El salvaje (1953) o de James Dean en Rebelde sin causa (1955).
Pero si algo realmente distinguía a estos rebeldes era su enorme afición por las motos. De hecho, Ton no era para ellos una medida de peso, sino de velocidad: “hacer la tonelada” consistía en viajar en sus motos a más de 100 millas por hora, es decir, ¡a más de 160 kilómetros por hora! De ahí su nombre de Ton-Up Boys.
Como estos chicos no tenían dinero suficiente para obtener una moto de carreras, compraban marcas más económicas que no corrían a gran velocidad. Y aquí fue donde hicieron historia en el motociclismo, cuando se pusieron a adaptar sus motos para que alcanzaran la velocidad que ellos querían.
Les quitaron todas las piezas innecesarias, incluyendo los espejos y buena parte de la carrocería, para eliminar peso, disminuir su resistencia al aire y aumentar su rendimiento. Les dejaron un solo asiento curveado echado hacia atrás, colocaron un tanque de gasolina alargado, manillares bajos y estrechos, y reposapiés en la parte trasera. Si bien la posición del motociclista no era la más cómoda con ese armado, sí lo hacía adoptar una postura aerodinámica que favorecía la velocidad.
Las motocicletas de los Ton-Up Boys, con su simplicidad y adaptaciones “caseras”, trascendieron al tiempo y la distancia, y llegaron a nuestra época convertidas en el estilo cafe racer. Pero ¿de dónde viene este nombre? Los chicos recorrían Londres en sus motos y se detenían a descansar y convivir en algunos cafés populares de la época, como el BusyBee o el Ace Cafe. En estos lugares había rockolas donde podían escuchar las canciones de rock and roll y rockabilly, que estaban prohibidas en la radio británica porque las consideraba violentas y escandalosas.
Se dice que el reto era ir de un café a otro en menos tiempo de lo que dura una canción y aunque algunos afirman que esto es un mito, la verdad es que sí se organizaban carreras de motos por las autopistas alrededor de Londres, siendo los cafés los centros de reuniones de los Ton-Up Boys.
Actualmente las grandes marcas de motocicletas tienen su línea caferacer, que se ha convertido en todo un clásico que despierta la nostalgia y es el ícono de aquellos tiempos de rebeldía, motos y rock and roll.
El cafe racer es mucho más que un estilo de moto, es una actitud ante la vida. En palabras del escritor y periodista Hunter S. Thompson, los caferacers son de una casta diferente, con “una mentalidad ancestral, una mezcla peculiar de bajo perfil, alta velocidad, tontería pura y un compromiso desmedido con la ‘vidacafé’ y todos sus placeres peligrosos.”
Para un motociclista, armar su propia cafe racer es poner en marcha el motor de su vida, se vuelve un doctor Frankenstein que toma las mejores partes de diferentes motos y las une en una sola que expresa su estilo personal y le muestra al mundo a qué velocidad quiere llegar a su destino.