"Tengo miedo porque es una enfermedad que no vemos, está en el aire. Es preocupante", asegura esta mujer de 51 años, quien vive en una región periférica de la capital paulista.
El recelo de Sonia se siente también en los andenes de Ciudad de México y Bogotá, ciudades masificadas cuyas estaciones siguen llenas, aunque algunas menos que de costumbre después de que muchos comercios hayan bajado las persianas tras la recomendación de las autoridades.
Entre el miedo y la supervivencia
El miedo y la supervivencia son la cara y la cruz de la misma moneda y muchos todavía necesitan enfrentar largos trayectos en autobús, metro o tren para asegurar una renta en sus hogares.
Ángela Riaño vive en el sur de Bogotá. Todos los días se levanta a las 4.30 de la madrugada para llegar a tiempo a su trabajo, en el otro lado de la ciudad. Necesita dinero para sobrevivir y teme las consecuencias de la cuarentena que se extenderá hasta el próximo 13 de abril.
Mientras que la mayoría de ciudadanos estaba en casa preparándose para los días obligatorios de aislamiento por el COVID-19, Riaño tan solo piensa en las dos horas que separan su casa del edificio en donde realiza de lunes a sábado los servicios generales de aseo y gana un salario mínimo: 980,657 pesos (unos 238 dólares).
Los domingos, dice a Efe mientras esboza una sonrisa, trabaja "en lo que salga" para poder llevar más dinero a su casa, en la que vive con su esposo y dos hijos adultos, ubicada en el sector de Santa Rosita, en la barriada de Ciudad Bolívar.
"Económicamente ya estamos perjudicados. Mi esposo trabaja como independiente en construcción y ya suspendieron todo. A uno de mis hijos, que trabaja en turismo, le dijeron que si sigue así la situación tienen que hacer recorte de personal", relata con sus guantes de látex y su tapabocas para evitar el contagio.
Con más de 50 años, Riaño atraviesa a diario la ciudad de sur a norte. Lo hace en dos autobuses de Transmilenio, el mayor sistema de transporte público bogotano con un promedio diario de 2,5 millones de usuarios, es decir poco más del 35 por ciento del total de los 7.1 millones de habitantes que tiene la ciudad, que roza los 9 con el área metropolitana.
Según las autoridades, las aglomeraciones en Transmilenio, donde los ciudadanos viajan usualmente hacinados, se han reducido en las horas pico en un máximo del 47 por ciento hasta el jueves pasado.
El flujo de pasajeros también ha bajado en las regiones metropolitanas de Sao Paulo y Ciudad de México, ambas con alrededor de 20 millones de habitantes cada una, aproximadamente la mitad de la población total de España.
Los trenes, metros y autobuses de Sao Paulo son un hormiguero en el que viajan diariamente una media de 8.3 millones de personas, pero el vaivén de pasajeros ha caído algo más del 60 por ciento en los últimos días, una cifra similar a la registrada en el metro de la capital mexicana, donde habitualmente suben y bajan 5 millones de personas.
Mientras Sao Paulo y Bogotá ya han comenzado la cuarentena para contener el avance del coronavirus, el gobierno mexicano ha comenzado esta semana la Jornada Nacional de Sana Distancia, hasta mediados de abril, que implica la interrupción de actividades no esenciales y la suspensión de clases en todos los niveles.
Pero pese a las medidas restrictivas y al menor número de pasajeros, las estaciones siguen repletas irremediablemente en algunos lugares.
"El autobús está más vacío, pero la situación en el tren es terrible, está completamente lleno y no consigues ni levantar el brazo", comenta Sonia, quien intenta lavarse las manos varias veces al día con agua y jabón y no tocarse el rostro como aconsejan las autoridades.
Contra la masificación inevitable, más higiene
En los últimos días, el guirigay de las calles de estas gigantescas metrópolis ha dado paso al silencio, pero en sus túneles y recovecos la vida sigue su ritmo, aunque el paso ahora es más lento y las medidas de higiene más intensas.
Los trabajadores de la red de transporte público enfrentan el desafío de limpiar diariamente los pasamanos, desinfectar los vagones y suspender los bebederos para evitar el contagio entre pasajeros en las diferentes estaciones de metro, tren y autobuses.
Cubiertos con un traje especial para evitar contagios, empleados del populoso metro capitalino de la Ciudad de México recorren diariamente el vagón vacío y lo rocían al completo, sin dejar un rincón por cubrir. El proceso de desinfección es por nebulización y dura 24 horas.
"Es un proceso para salvaguardar la salud pública de los usuarios", explica Carlos Fernando Pérez Mota, coordinador de servicios generales del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro, desde uno de los talleres del populoso metro de Ciudad de México.
Pero César Filoteo, uno de los más de 5 millones de pasajeros que usan a diario el STC de la capital mexicana, considera esto un mero gesto simbólico que reduce poco su miedo al contagio en un medio de transporte famoso por la aglomeración.
"La verdad no creo (que hagan lo suficiente). Solo como en ciertas estaciones he visto. Me ha tocado en Buenavista, ahí sí te dan gel, pero en todas las demás estaciones la verdad no he visto nada", asegura.
Cuando el trabajo no puede parar
Los ciudadanos entran en esta época de pandemia con sus propias precauciones, en especial lavarse las manos, pero mucho tienen que enfrentar una realidad que les parece inevitable: ni el metro ni sus trabajos van a parar.
Por eso, Riaño pide a los gobernantes de su país que piensen en la gente como ella "que vive del día a día, de ir a trabajar por días por ejemplo".
"Los mandatarios deben pensar, analizar las cosas, pero no tomar medidas a las carreras. Se sabe que uno en la ciudad si no tiene un peso no hace nada", concluye antes de bajarse del autobús en la estación de la Calle 142, tras recorrer junto a una multitud poco más de 26 kilómetros desde el Portal Sur de Bogotá, a donde llegan a diario miles de personas que viven en las populosas barriadas de Ciudad Bolívar y Bosa.
A miles de kilómetros de la capital colombiana, en Sao Paulo, Sonia advierte que también seguirá madrugando cada mañana para limpiar escaleras hasta que el tren pare, algo que de momento ha sido descartado por las autoridades de la ciudad más poblada de Suramérica."Quiera o no yo tengo que trabajar -admite-. No tengo casa propia, pago alquiler y las cuentas no esperan".