"No hay una solución única" así resumió el ministro francés, François Baroin, la receta salida de más de seis horas de reunión en Marsella (sureste de Francia) de los responsables de Finanzas de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido con los gobernadores de sus bancos centrales y responsables de instituciones financieras internacionales.
Baroin, cuyo país ejerce este año la presidencia del G7, se esforzó en desactivar la idea de una oposición entre los europeos, centrados en el ajuste presupuestario para restablecer la confianza frente a la crisis de deudas soberanas, y los estadounidenses favorables a recurrir a estímulos a la actividad ante el preocupante debilitamiento de la recuperación económica.
"No es el rigor contra el crecimiento", señaló tras haber leído el texto de compromiso en el que los miembros del G7 dictaminan que "dado el carácter frágil de la recuperación, tenemos la difícil tarea de poner en marcha plenamente nuestros planes de ajuste presupuestario y apoyar la actividad económica, teniendo en cuenta las circunstancias nacionales diferentes".
Aseguraron que unos y otros toman medidas fuertes para preservar la estabilidad financiera, recuperar la confianza y apoyar el crecimiento y lo ejemplificaron de forma concreta.
Así aludieron al programa del presidente estadounidense, Barack Obama, para relanzar el empleo; a los acuerdos de los países del euro para el plan de salvamento de Grecia y para observar plenamente los compromisos "en favor de finanzas públicas sostenibles"; e incluso a las medidas presupuestarias de Japón para la reconstrucción tras el tsunami de marzo.
La otra pata del mensaje del G7 estuvo referido a las dudas que suscita la solidez de los bancos europeos, y en particular de algunas entidades.
Los participantes en el encuentro de Marsella hicieron hincapié en que "los bancos centrales están dispuestos a ofrecer tanta liquidez a los bancos como sea necesaria".
El presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, señaló que la entidad que dirige utiliza para ello medidas convencionales y no convencionales, y puso encima de la mesa las cifras, que a su juicio cubren las necesidades.
La discordia en este punto había venido de la nueva directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), que horas antes había sugerido que no se puede descartar una crisis de liquidez e insistido en que hay bancos europeos que necesitan fondos propios suplementarios.
Lagarde no había sido la única que había enrarecido el ambiente de la cita de Marsella. También pesó la dimisión del economista jefe del BCE, el alemán Jurgen Stark, considerado un ortodoxo.
Algunos rumores de mercado atribuían esa dimisión a su disconformidad con la política del BCE tendente a poner en marcha mecanismos que en la práctica podrían funcionar como eurobonos, pero en el foro del G7 todos los que se manifestaron públicamente aseguraron que se trató de una "decisión personal" y rindieron homenaje al trabajo hecho por Stark.
"Jurgen Stark ha sido siempre leal a la institución", destacó Trichet, que además reiteró que en el BCE las decisiones se toman "con total independencia".